Hace tiempo que cavila en mi cabeza esta idea, cada vez que pienso en este año, en las cosas que han pasado, en la revisión detallada de cada uno de los hitos que esbozaron lo que hoy queda, suele ocurrir que uno evalúa el cómo transcurre y como finalizan cada uno de los años en nuestra vida, aunque esta evaluación me provoque todos los insomnios posibles. Digo que suele ocurrir porque cuando un año de nuestras vidas es libre de tumultuosos eventos, pasa sin más, al menos eso veo en mí.
Hay personas que cierran evaluando un magnifico año por los grandes sucesos que cambian o mejoran su vida, lo cual es muy bueno, muy satisfactorio en todos los sentidos; como también hay otros que solo quieren que el “maldito” año termine de una vez, culpando a este periodo de tiempo de las acciones hechas por otros o quizás por ellos mismos, como si al comenzar un “nuevo año” dejaras de ser quien eres y todo vuelve a cero. Pienso que un cambio de año en el calendario no influye en la esencia de lo que es uno, ¿cuál podría ser la diferencia?
Lo único que queda al terminar un ciclo, son las evaluaciones, aunque hay que reconocer que el correr del tiempo, lineal o cóncavo, se manifiesta en lo que piensas y en lo que sientes hoy, no hay otra forma; todos los eventos del pasado están concentrados en un solo punto, siempre en el presente. Muy distinto sería si muchas de las cosas vividas no hubieran pasado, o hubieran ocurrido otras y así la manifestación del presente o la percepción de un instante podría ser completamente distinta.
Pero bueno, parte de este insomnio es solo la evaluación de un evento inesperado que ocurrió a principios del 2010.
No puedo resumir mi vida en lo que acontece en un año, porque existen tantas historias hacia atrás que son las detonantes de muchas cosas que suceden, como también son solo una pincelada de lo mucho que fui y que deje de ser. Pero la pregunta existencial de que soy, hacia donde voy y esas cosas que ya no entiendo, ni quiero entender, no me devoran hoy los sueños. Lo que me ha despertado hoy es lo mismo de todas las noches, pero se ha mezclado con las cavilaciones que me hago frente a mi libro, no quiero decir favorito porque suena a sobrestimación, es solo y simplemente, mi libro.
El cazador oculto
A principio de año en el mes de febrero, un día caluroso en un lugar al norte de Chile, en la portada del diario leí la más triste noticia con respecto al autor de mi libro, hablaba sobre la muerte del guardián en el centeno, el silencio ahora eterno de J.D. Salinger. No imaginan el golpe certero que le dieron a mi ego, me sentí más sola que nunca y lo primero que pensé fue en la llamada, en la que nunca podría hacerle. Tal como decía Holden, la llamada que le harías al escritor de ese libro que tanto te gusto, ese escritor que ojala hubiera sido tu amigo para telefonearlo y decirle lo mucho que te ha gustado su escrito. Esa llamada desde ese día, nunca podría hacerla, y aunque parezca estúpido pensar algo así, por el hecho de que las probabilidades reales de hacerla eran prácticamente nulas, a diferencia de ustedes yo siempre le he dejado espacio a las cosas improbables, quizás en eso radique toda mi fe.
Y en eso he pensado largas horas, en la llamada que nunca le hare, como muchas de las otras llamadas que nunca he hecho y que sí podría realizar, pero que dejo que se esfumen junto con las ganas.
Un escritor plasma en sus personajes parte de lo que es él, ese personaje aunque tenga padres en ese mundo literario, solo obedece a la voz de un solo creador. Los personajes de un libro son los únicos que podrían creer en un dios, un creador todopoderoso que escribe su destino, pero al igual que nosotros carecen de fe.
Holden Caulfield vivía en Salinger, el resto de su historia, el resto de su vida residía en él. Holden quedo estancado en los 17, escribiendo el último año que recuerda, evaluando el último año de su vida antes de internarse en un silencio eterno. Y con la muerte de Salinger, una parte de Holden se fue con él, es innegable que el personaje quedará plasmado en mis páginas amarillo ámbar, que a pesar de haber pasado casi 50 años Holden sigue aquí, con los mismos 17, dando vueltas en su cabeza los sucesos que gatillaron sus últimos días. Holden sigue aquí hablándonos, compartiendo su visión de este estúpido mundo, en donde las personas no han cambiado en nada en media década, y demostrándonos que los sentimientos trascienden generaciones. Llevo en el alma una parte de él, o quizás sea al revés y es él quien se queda con una parte de la mía.
Este año murió Salinger, el año en que el guardián en el centeno abrazo al silencio para siempre, y ha dejado el puesto vacante…
7 de diciembre de 2010